El golfista no quiere ver para atrás, desea buscar como salir del pozo y recuperar su nivel sobre el green
MIAMI.- En lo que a aniversarios respecta, éste definitivamente no es uno para celebrar. Tiger Woods podría dar gracias el jueves por todas las bendiciones que tuvo en su vida, pero es poco probable que haya estado esperando con ansias el feriado nacional de esta semana.
Los recuerdos fluyen, y no son gratos, ya que fue en la noche de Acción de Gracias del año pasado que una boca de incendios cerca de su casa de Orlando se interpuso en el camino de muchos de sus sueños, tanto personales como profesionales.
Puede que este accidente haya sido un símbolo del derrumbe de su vida, o simplemente el impulso hacia una procesión interminable de revelaciones impactantes sobre su vida personal, pero el daño sin duda fue monumental.
Woods perdió su matrimonio, y el derecho de ver a sus hijos cada vez que le plazca. Tuvo que soportar la vergüenza y el ridículo, algo chocante para un hombre que se había comportado admirablemente en la escena pública durante más de una década sin una pizca de escándalo. Perdió incontables millones en avales.
Y no sólo eso, sino que la genialidad de su golf desapareció en el 2010, al menos en los niveles que solíamos dar por sentado con tanta facilidad.
¿Y ahora qué? ¿Seguimos refritando los momentos oscuros de aquella madrugada en una comunidad cerrada? ¿Nos deleitamos con los descubrimientos sensacionalistas, demasiado numerosos para contar?
Tal vez deberíamos seguir adelante. Después de un año, ya es hora.
Y esto no quiere decir que debemos olvidar las acciones de Woods, algo que ni él mismo ha intentado hacer. No quiere decir que su conducta debe ser justificada o racionalizada u olvidada.
Pero hasta donde sabemos, no cometió ningún delito, y las mujeres con las que estuvo lo hicieron voluntaria y libremente. Aunque a muchos les encantaría conocer los detalles detrás del accidente, la policía no fue más allá de una multa y cerró el caso.
Fuente: Vanguardia
MIAMI.- En lo que a aniversarios respecta, éste definitivamente no es uno para celebrar. Tiger Woods podría dar gracias el jueves por todas las bendiciones que tuvo en su vida, pero es poco probable que haya estado esperando con ansias el feriado nacional de esta semana.
Los recuerdos fluyen, y no son gratos, ya que fue en la noche de Acción de Gracias del año pasado que una boca de incendios cerca de su casa de Orlando se interpuso en el camino de muchos de sus sueños, tanto personales como profesionales.
Puede que este accidente haya sido un símbolo del derrumbe de su vida, o simplemente el impulso hacia una procesión interminable de revelaciones impactantes sobre su vida personal, pero el daño sin duda fue monumental.
Woods perdió su matrimonio, y el derecho de ver a sus hijos cada vez que le plazca. Tuvo que soportar la vergüenza y el ridículo, algo chocante para un hombre que se había comportado admirablemente en la escena pública durante más de una década sin una pizca de escándalo. Perdió incontables millones en avales.
Y no sólo eso, sino que la genialidad de su golf desapareció en el 2010, al menos en los niveles que solíamos dar por sentado con tanta facilidad.
¿Y ahora qué? ¿Seguimos refritando los momentos oscuros de aquella madrugada en una comunidad cerrada? ¿Nos deleitamos con los descubrimientos sensacionalistas, demasiado numerosos para contar?
Tal vez deberíamos seguir adelante. Después de un año, ya es hora.
Y esto no quiere decir que debemos olvidar las acciones de Woods, algo que ni él mismo ha intentado hacer. No quiere decir que su conducta debe ser justificada o racionalizada u olvidada.
Pero hasta donde sabemos, no cometió ningún delito, y las mujeres con las que estuvo lo hicieron voluntaria y libremente. Aunque a muchos les encantaría conocer los detalles detrás del accidente, la policía no fue más allá de una multa y cerró el caso.
Fuente: Vanguardia