La fuerza del ampersand

Desde que en los años 20 Reo Fortune y su esposa, Margaret Mead, recorrieran la isla de Dobu, cercana a Australia, la cultura de sus tribus suscitó el interés de los antropólogos. En 1934, en “Patterns of Culture”, la antropóloga americana Ruth Benedict, basándose en los trabajos de Fortune y Mead, la describió así:
“La vida en Dobu estimula formas extremas de animosidad y malevolencia que la mayor parte de las sociedades han minimizado gracias a sus instituciones. Las instituciones de Dobu, por el contrario, las exaltan hasta el grado máximo.

Según la visión de la vida de los nativos de Dobu, la virtud consiste en seleccionar a una víctima sobre la que poder descargar toda la malevolencia que atribuyen por igual a la sociedad humana y a las fuerzas de la naturaleza. Toda la existencia les parece una lucha a muerte en la que se enfrentan unos mortíferos antagonistas contra otros, en conflicto por todos y cada uno de los bienes de la vida. Confían en la suspicacia y la crueldad como armas de combate y no conocen ni esperan misericordia”.

Odiadores profesionales
Aunque la extrema animosidad y malevolencia de los nativos de Dobu no es frecuente en otras culturas, hay que reconocer que, en versiones menos extremas, ese estilo es reconocible en aquellos columnistas, tertulianos, directores de programas de radio y portavoces de partidos políticos que recientemente denominé “odiadores profesionales”, esto es, aquellos que viven no de criticar con severidad pero con espíritu racional a sus adversarios políticos o ideológicos, sino de exhibir públicamente en los medios sus intensos odios y viscerales animadversiones, dirigidos casi siempre hacia los gobernantes.

En su novela “1984” el escritor británico George Orwell describió un fenómeno parecido: la ceremonia diaria de los “2 minutos de odio” (two minutes hate) –ampliada una vez al año a una semana–, en la que los habitantes de Oceania contemplan unas imágenes de televisión dirigidas a exacerbar el odio popular contra Emmanuel Goldstein, el gran enemigo del Partido. La expresión “2 minutos de odio” la había acuñado el periodista irlandés Charles L. Graves en su “Historia de la Primera Guerra Mundial”, en la que se los atribuyó a las familias prusianas. Se piensa que Orwell, al retomar la idea, estaba pensando en las campañas estalinistas contra Trostky, que concluirían con su asesinato.

Paradójicamente, en fechas recientes una iglesia presbiteriana en Oceanía, la Uniting Church of Australia, viene promoviendo una campaña de integración y cooperación social que, antítesis de la cultura de Dobu, utiliza un sugerente slogan basado en una curiosa letra del alfabeto inglés: la fuerza del “ampersand” (&).

Ampersand
Mi interés por el ampersand surgió este otoño, cuando el despacho internacional de abogados con el que colaboro –en cuya razón social, de origen británico, aparece ese símbolo– no sólo renovó su grafía y colores, sino que le otorgó un acusado protagonismo corporativo.

El símbolo &, aunque parezca anglosajón, es en realidad una estilización o ligadura de la conjunción latina “et” (“y”), como queda patente en algunos tipos de letra, que lo representan yuxtaponiendo una E latina y una t. En la Inglaterra del siglo XIX pasó a ser considerado el último símbolo del alfabeto, tras la letra z, lo que dio origen a la expresión “ampersand”, corrupción del “and per se and” (esto es, “y el símbolo y en cuanto tal”) con que los escolares ingleses concluían la salmodia del alfabeto.

Desaparecido ya del inglés corriente, subsiste en las razones sociales de muchas compañías –especialmente de abogados, arquitectos y otros profesionales–. Utilizado también a en el mundo de la creación artística y cinematográfica, en Estados Unidos ha cobrado un preciso significado que lo distingue de la conjunción “y”: los nombres de dos guionistas aparecen unidos con un ampersand si trabajaron juntos, mano a mano, en la obra común; pero aparecerán unidos por un mero “y” si trabajaron sucesiva o separadamente en la misma obra, sin colaborar entre sí.

Dobu vs. ampersand
Si las de Dobu exaltaban la desconfianza, en España tenemos, por fortuna, instituciones que promueven el sentido de comunidad. Entre ellas destaca la Corona, a la que el artículo 56 de la Constitución declara símbolo de unidad y encomienda moderar el funcionamiento de las instituciones.

El discurso del Rey de la pasada Nochebuena reflejó, una vez más, ese espíritu de concordia cuando, refiriéndose a los esfuerzos necesarios para superar la crisis, recordó que “todos, empezando por nuestros partidos políticos y agentes económicos y sociales, somos importantes para conjugar voluntades en esa dirección, con generosidad, sentido de Estado y pensando en el interés general”.

La genuina novedad se produjo este año el 22 de diciembre, durante el debate en el Congreso sobre el último Consejo Europeo.

En su intervención en ese debate, el presidente del Gobierno culminó su reciente giro hacia la sensatez económica cuando, en vez de volver a anunciar una inminente recuperación, reconoció con realismo que “necesitaremos aún cinco años para corregir los desequilibrios estructurales de la economía”, enunció la larga lista de reformas pendientes (estabilidad fiscal a largo plazo, sistema de pensiones, instituciones laborales, sector energético, reducción de cargas administrativas…), puso énfasis en la pérdida acumulada de competitividad, hizo elogiosas referencias a Alemania y reclamó una “óptica que permita sumar esfuerzos y llegar a acuerdos”.

Pero tan esperanzadoras y reconfortantes como esas palabras fueron las del líder de la oposición, Sr. Rajoy, quien en un tono conciliador hasta ahora desconocido mostró su voluntad de “contribuir a que las cosas se enderecen y a que España deje de ser percibida como una amenaza a la estabilidad” e hizo hincapié “más en lo que nos une, que es mucho, que en lo que nos separa, que es bastante”.

La vida política española ha estado encizañada esta Legislatura por las prolongadas ensoñaciones del presidente del Gobierno, la destructiva cultura de Dobu y el protagonismo en los medios de odiadores profesionales. Ojalá que el debate parlamentario del 22 de diciembre no sea pasajera manifestación de “espíritu navideño”, sino heraldo de un perdurable “espíritu del ampersand”.

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