Napoleón convocó un concurso público para inventar algo con qué alimentar a sus tropas: así nació la lata de conservas. Y como ésta, 40 cosas más que forman parte de nuestra vida y se explican en un libro.
El arquitecto y diseñador Juli Capella con algunos objetos de uso cotidiano | Rafa Martín
De camino a entrevistar al arquitecto y diseñador Juli Capella hacemos una sencilla prueba. ¿Cuántos objetos cotidianos de los que habla en su libro Así nacen las cosas llevamos encima? En un primer recuento apuntamos cremalleras (de un pantalón vaquero y de un bolso), un reloj de pulsera, un bolígrafo Bic, el libro de Capella señalado con post-it, unos folios de documentación agrupados por un clip y un paquete de kleenex.
Todas estas cosas fueron ocurrencias de tipos avispados. Y del nacimiento de las cosas ha escrito Juli Capella en este libro ameno, didáctico y repleto de historias y de Historia, editado por Electa.
“Las cosas no nacen solas, y no nacen por necesidad. Pero los objetos de los que hablo, unos 40, surgen por algo precioso: el ingenio y la voluntad humana de progresar”. A Capella, un tipo curioso por naturaleza, que ya de niño desmontaba las cosas para ver cómo estaban hechas, le gusta entender el diseño como la voluntad humana por mejorar. “El diseño demuestra que no somos animales. El hombre se ha rodeado de cosas que nos hacen la vida mejor”.
Los objetos, dice Capella, tienen un papá y una mamá. “Siempre hay alguien que tiene una idea, una ocurrencia genial, una casualidad; hace un dibujo y diseña un objeto que no existía. Pero sin un industrial que lo fabrique de forma adecuada, ese diseño no beneficia a la sociedad”.
¿Visten un pantalón en este momento? ¿Lleva cremallera? Éste ejemplo vale. Hicieron falta 150 patentes para llegar a la cremallera actual. Los primeros amagos se hicieron en 1850 hasta que, en 1914, el alemán Gideon Sundbäck dio con un sistema universal. Las cremalleras primitivas eran ganchos pensados para cerrar sacas de correo y quitar cuerdas. Sundbäck fue más allá: “Vamos a hacer algo que se pueda cerrar”. La clave final fue la ejecución industrial, que permitió que bajar una cremallera en un vestido femenino fuera, además, de lo más sexy. Ese prodigio de la mecánica también cambió la confección y la moda.
Al principio, la cremallera era algo femenino, como el reloj de pulsera. “Las mujeres, más coquetas y más libres, como decía Le Corbusier, empezaron a colgarse los relojes con cadenitas al cuello o con cintas a la muñeca. Pero el reloj de pulsera masculino nace como necesidad militar.” Para coordinar los ataques, se adaptaron los relojes, se les quitó la tapa y se les protegió con una rejilla. Lo hizo en 1880 el suizo Constand Girard con 200 piezas para los oficiales alemanes, encargo del káiser Guillermo II.
Muchos objetos que nacieron para uso militar han sido adoptados por la vida civil, como las gafas Ray Ban para aviadores o la maquinilla de afeitar desechable para evitar infecciones entre los soldados. Aquí destaca la pugna entre dos emprendedores: el italiano Marcel Bich, creador de la marca Bic, y el norteamericano King Camp Gillette. Éste inventó la hoja de afeitar desechable.
Recibió un encargo del Ejército americano de tres millones de maquinillas y 35 millones de hojas de afeitar en la Primera Guerra Mundial. Bich fue más allá: hizo que todo el aparato fuera desechable. “Le debemos tres genialidades: el bolígrafo, la maquinilla y el encendedor. Es el rey del concepto usar y tirar”.
Napoleón, la lata de conservas... y cómo abrirla
¿Quien no ha recurrido a la socorrida lata de conservas para un apuro? Es un invento que debemos a Napoleón. En 1795, convocó un concurso de 12.000 francos para crear un método que conservara la comida y permitiera alimentar el ardor guerrero y los estómagos de sus tropas. Un repostero francés, Nicolas Appert, puso carne en tarros de cristal tapados, que luego hervía para matar las bacterias.
Pero el vidrio se rompía en las mochilas, y fue un práctico británico –Peter Durand– quien desarrolló la idea de Appert de modo eficaz, con un recipiente metálico. En 1810 logró una patente del rey Jorge III. La lata estaba inventada, pero, ¿cómo abrirla? En la tapa estaba escrito: “Córtese alrededor de la parte superior con cincel y martillo”. Las latas se abrían con bayonetas o a tiros. De nuevo fue el Ejército el que dio con la solución: los americanos crearon el clásico abrelatas negro para las raciones diarias.
Fuente: Expansion
El arquitecto y diseñador Juli Capella con algunos objetos de uso cotidiano | Rafa Martín
De camino a entrevistar al arquitecto y diseñador Juli Capella hacemos una sencilla prueba. ¿Cuántos objetos cotidianos de los que habla en su libro Así nacen las cosas llevamos encima? En un primer recuento apuntamos cremalleras (de un pantalón vaquero y de un bolso), un reloj de pulsera, un bolígrafo Bic, el libro de Capella señalado con post-it, unos folios de documentación agrupados por un clip y un paquete de kleenex.
Todas estas cosas fueron ocurrencias de tipos avispados. Y del nacimiento de las cosas ha escrito Juli Capella en este libro ameno, didáctico y repleto de historias y de Historia, editado por Electa.
“Las cosas no nacen solas, y no nacen por necesidad. Pero los objetos de los que hablo, unos 40, surgen por algo precioso: el ingenio y la voluntad humana de progresar”. A Capella, un tipo curioso por naturaleza, que ya de niño desmontaba las cosas para ver cómo estaban hechas, le gusta entender el diseño como la voluntad humana por mejorar. “El diseño demuestra que no somos animales. El hombre se ha rodeado de cosas que nos hacen la vida mejor”.
Los objetos, dice Capella, tienen un papá y una mamá. “Siempre hay alguien que tiene una idea, una ocurrencia genial, una casualidad; hace un dibujo y diseña un objeto que no existía. Pero sin un industrial que lo fabrique de forma adecuada, ese diseño no beneficia a la sociedad”.
¿Visten un pantalón en este momento? ¿Lleva cremallera? Éste ejemplo vale. Hicieron falta 150 patentes para llegar a la cremallera actual. Los primeros amagos se hicieron en 1850 hasta que, en 1914, el alemán Gideon Sundbäck dio con un sistema universal. Las cremalleras primitivas eran ganchos pensados para cerrar sacas de correo y quitar cuerdas. Sundbäck fue más allá: “Vamos a hacer algo que se pueda cerrar”. La clave final fue la ejecución industrial, que permitió que bajar una cremallera en un vestido femenino fuera, además, de lo más sexy. Ese prodigio de la mecánica también cambió la confección y la moda.
Al principio, la cremallera era algo femenino, como el reloj de pulsera. “Las mujeres, más coquetas y más libres, como decía Le Corbusier, empezaron a colgarse los relojes con cadenitas al cuello o con cintas a la muñeca. Pero el reloj de pulsera masculino nace como necesidad militar.” Para coordinar los ataques, se adaptaron los relojes, se les quitó la tapa y se les protegió con una rejilla. Lo hizo en 1880 el suizo Constand Girard con 200 piezas para los oficiales alemanes, encargo del káiser Guillermo II.
Muchos objetos que nacieron para uso militar han sido adoptados por la vida civil, como las gafas Ray Ban para aviadores o la maquinilla de afeitar desechable para evitar infecciones entre los soldados. Aquí destaca la pugna entre dos emprendedores: el italiano Marcel Bich, creador de la marca Bic, y el norteamericano King Camp Gillette. Éste inventó la hoja de afeitar desechable.
Recibió un encargo del Ejército americano de tres millones de maquinillas y 35 millones de hojas de afeitar en la Primera Guerra Mundial. Bich fue más allá: hizo que todo el aparato fuera desechable. “Le debemos tres genialidades: el bolígrafo, la maquinilla y el encendedor. Es el rey del concepto usar y tirar”.
Napoleón, la lata de conservas... y cómo abrirla
¿Quien no ha recurrido a la socorrida lata de conservas para un apuro? Es un invento que debemos a Napoleón. En 1795, convocó un concurso de 12.000 francos para crear un método que conservara la comida y permitiera alimentar el ardor guerrero y los estómagos de sus tropas. Un repostero francés, Nicolas Appert, puso carne en tarros de cristal tapados, que luego hervía para matar las bacterias.
Pero el vidrio se rompía en las mochilas, y fue un práctico británico –Peter Durand– quien desarrolló la idea de Appert de modo eficaz, con un recipiente metálico. En 1810 logró una patente del rey Jorge III. La lata estaba inventada, pero, ¿cómo abrirla? En la tapa estaba escrito: “Córtese alrededor de la parte superior con cincel y martillo”. Las latas se abrían con bayonetas o a tiros. De nuevo fue el Ejército el que dio con la solución: los americanos crearon el clásico abrelatas negro para las raciones diarias.
Fuente: Expansion