Ahora que con esto de la llamada ley Sinde se está retratando todo hijo de vecino, he visto claro que por mi parte también ha llegado la hora de las confesiones. Y me propongo deslizar aquí unas cuantas. Con la venia: me llamo Pilar Bardem Muñoz, nací en Sevilla, vengo ejerciendo como actriz los últimos 40 años de mi vida, tengo tres hijos de los que me siento muy orgullosa y me hace enorme ilusión la perspectiva de volver a ser abuela.
Permítanme solo una confidencia adicional: yo también soy internauta. Sí, como lo oyen. Al igual que otros 25 millones de españoles, según los cálculos que manejan los expertos en sociología y telecomunicaciones.
Mis conocimientos sobre las nuevas tecnologías no alcanzan para que aspire a ningún cargo ejecutivo en Sillicon Valley, ciertamente, pero me defiendo con una mínima solvencia frente a la pantalla del ordenador. Por suerte o desgracia, invierto pocas horas a diario en el trámite del sueño, así que dispongo de ratos libres suficientes para informarme sobre lo que sucede en el mundo, leer reseñas en torno a mis actores y actrices favoritos o trastear en mi perfil del Facebook ("administrar", me cuentan voces más sabias que se llama esta operación), una labor de la que, sí, me ocupo en persona. Sin cómplices interpuestos.
Mi aportación a un colectivo que integramos 25 millones de compatriotas es muy modesta. Si hubo un momento en que la condición de internauta podía ser minoritaria o singular en este país, el avance de los tiempos y las tecnologías lo ha extendido y democratizado todo.
Los internautas españoles somos mucha gente. Así las cosas, no acabo de entender por qué en todos estos debates sobre la ley Sinde se habla de "los internautas", en general, como una difusa entelequia que se asocia con blogueros e ideólogos muy determinados. Son unos pintorescos personajes que se tienen por influyentes y a los que llamaremos, a partir de ahora, Los Gurús.
Me pregunto a quién representan tales gurús y asociaciones, si su opinión verdaderamente genera tendencia de voto y opinión pública, o sencillamente contribuyen a crear más confusión de la ya existente. Me pregunto si sus posicionamientos coinciden más con los de las grandes corporaciones, incluso multinacionales, que con los de esos 25 millones de internautas que operamos en España con cierta autonomía.
Entre la nómina de gurús habituales existe incluso una entidad denominada Asociación de Internautas. Debería inferir que me representan también a mí, en mi condición de cibernavegante, pero nada me han consultado al respecto. No sé en nombre de quién hablan. Solo sé, por lo que vengo leyendo, que tanto Los Gurús como "los internautas" se han sentido muy ofendidos por la ley Sinde.
Y, sin embargo, no parecen preocuparles hechos tales como que España tenga una de las altas velocidades en Internet más lenta y cara de Europa. No. El gran drama de Internet en España es que Los Gurús actúan en nombre del pueblo para que algunas puertas -no las de sus casas- queden abiertas para que cualquiera pueda bajarse por la patilla toda la música, películas, libros y videojuegos que les demande su insaciable sentido de la curiosidad.
Nuestros gurús y los autoproclamados portavoces de "los internautas" quieren seguir disponiendo de vía libre para el expolio. Llaman libertad a que determinadas páginas se lucren impunemente con el trabajo de músicos, actores, productores, escritores, guionistas, directores, compositores, diseñadores y demás profesionales implicados en el complejo proceso de elaboración de un disco, una película, una serie televisiva, una novela o un videojuego. Son esas mismas páginas que, ante la posibilidad de que alguien ponga coto a semejante atropello, colocan su portada en negro como señal de protesta.
¿Qué tendrá que ver la libertad con la gratuidad y con la apropiación indebida de lo ajeno? ¿Acaso tales gurús trabajan gratis y viven de la nada?
Yo soy internauta de cinco o seis horas diarias; una ciudadana que daría su vida por la auténtica libertad, la auténtica democracia y por los auténticos derechos humanos. Entre ellos, el de poder vivir del esfuerzo personal; es decir, del trabajo.
ElPais
Permítanme solo una confidencia adicional: yo también soy internauta. Sí, como lo oyen. Al igual que otros 25 millones de españoles, según los cálculos que manejan los expertos en sociología y telecomunicaciones.
Mis conocimientos sobre las nuevas tecnologías no alcanzan para que aspire a ningún cargo ejecutivo en Sillicon Valley, ciertamente, pero me defiendo con una mínima solvencia frente a la pantalla del ordenador. Por suerte o desgracia, invierto pocas horas a diario en el trámite del sueño, así que dispongo de ratos libres suficientes para informarme sobre lo que sucede en el mundo, leer reseñas en torno a mis actores y actrices favoritos o trastear en mi perfil del Facebook ("administrar", me cuentan voces más sabias que se llama esta operación), una labor de la que, sí, me ocupo en persona. Sin cómplices interpuestos.
Mi aportación a un colectivo que integramos 25 millones de compatriotas es muy modesta. Si hubo un momento en que la condición de internauta podía ser minoritaria o singular en este país, el avance de los tiempos y las tecnologías lo ha extendido y democratizado todo.
Los internautas españoles somos mucha gente. Así las cosas, no acabo de entender por qué en todos estos debates sobre la ley Sinde se habla de "los internautas", en general, como una difusa entelequia que se asocia con blogueros e ideólogos muy determinados. Son unos pintorescos personajes que se tienen por influyentes y a los que llamaremos, a partir de ahora, Los Gurús.
Me pregunto a quién representan tales gurús y asociaciones, si su opinión verdaderamente genera tendencia de voto y opinión pública, o sencillamente contribuyen a crear más confusión de la ya existente. Me pregunto si sus posicionamientos coinciden más con los de las grandes corporaciones, incluso multinacionales, que con los de esos 25 millones de internautas que operamos en España con cierta autonomía.
Entre la nómina de gurús habituales existe incluso una entidad denominada Asociación de Internautas. Debería inferir que me representan también a mí, en mi condición de cibernavegante, pero nada me han consultado al respecto. No sé en nombre de quién hablan. Solo sé, por lo que vengo leyendo, que tanto Los Gurús como "los internautas" se han sentido muy ofendidos por la ley Sinde.
Y, sin embargo, no parecen preocuparles hechos tales como que España tenga una de las altas velocidades en Internet más lenta y cara de Europa. No. El gran drama de Internet en España es que Los Gurús actúan en nombre del pueblo para que algunas puertas -no las de sus casas- queden abiertas para que cualquiera pueda bajarse por la patilla toda la música, películas, libros y videojuegos que les demande su insaciable sentido de la curiosidad.
Nuestros gurús y los autoproclamados portavoces de "los internautas" quieren seguir disponiendo de vía libre para el expolio. Llaman libertad a que determinadas páginas se lucren impunemente con el trabajo de músicos, actores, productores, escritores, guionistas, directores, compositores, diseñadores y demás profesionales implicados en el complejo proceso de elaboración de un disco, una película, una serie televisiva, una novela o un videojuego. Son esas mismas páginas que, ante la posibilidad de que alguien ponga coto a semejante atropello, colocan su portada en negro como señal de protesta.
¿Qué tendrá que ver la libertad con la gratuidad y con la apropiación indebida de lo ajeno? ¿Acaso tales gurús trabajan gratis y viven de la nada?
Yo soy internauta de cinco o seis horas diarias; una ciudadana que daría su vida por la auténtica libertad, la auténtica democracia y por los auténticos derechos humanos. Entre ellos, el de poder vivir del esfuerzo personal; es decir, del trabajo.
ElPais